En las ciudades colombianas al parecer hay más habitantes animales que humanos, mantenidos por supuestos animalistas.
En Colombia se ha convertido en toda una tradición que los empleados, especialmente del sector público, se vistan de manera informal los viernes como señal de que la jornada laboral semanal va concluyendo y se inicia la jornada de relax, juerga, descanso y recreación, que se disfruta por dos días, o, tres si coincide con un puente festivo.
Pues bien, acogiendo esta tradición, a partir de esta entrega, un viernes de cada mes estaremos en modo «informal y de relax», por lo que el artículo a publicar ese día se abstraerá de tocar temas de arquitectura y construcción, para abordar temas de variedades, pero siempre con sentido de actualidad e interés público, claro está que, sin desconectarse del todo de la temática que inspira este blog.
Así que en esta primera entrega de variedades nos ocupamos de un tema de irrefutable actualidad y álgido debate, que mucho tiene que ver con las concepciones y posturas que adoptan quienes hoy se están convirtiendo en el segmento poblacional más representativo al menos en nuestro país: los tenedores de mascotas.
Recientemente un sujeto se acercó al conjunto habitacional en el que reside una de sus hermanas y al ubicarse justo al frente de la puerta de entrada a su apartamento, empezó a escuchar el lamento de un gato «meauuuuu» «meauuuuu» «meauuuuu». Tocó a la puerta e inmediatamente salió su hermana, le dijo: se escuchan los murmullos de un gato y ella le respondió «A sí, es aquí en el apartamento de enseguida que tienen un gato y se van durante todo el día, lo dejan solo y encerrado».
Hace varios años una pareja de esposos rodaban por una autopista y cuando menos se percataron, observaron que al lado del auto en el que se movilizaban iba una camioneta de esas que utilizaban las lavanderías para hacer las recogidas y entregas de ropa para los clientes, solo que ésta era para transporte familiar. En la cabina iban dos pasajeros y el conductor, la silla trasera la ocupaban incómodamente tres pasajeros en tanto que uno de ellos estaba pasado de kilos y en la de la mitad estaba un perro de raza labrador ocupando las dos plazas que ella ofrecía.
Una mañana una niña de nueve años transitaba con su padre por un acogedor parque de un apacible barrio y oh sorpresa, se toparon repentinamente con un Pastor Alemán que estaba suelto pero en compañía de una mujer muy joven, provocando que la niña reaccionara expresando su temor, lo que condujo a su padre solicitarle amablemente a la joven que en el espacio público llevara su perro cogido y observándole que además el perro debería llevar bozal.
La joven de inmediato respondió alevosamente «Y usted cree que así su hija va a perder el miedo que siente por los perros», ante lo que sin demora el padre respondió «Acaso mi hija si es mordida por un perro gracias a la intransigencia de una irresponsable tenedora, dejará de tener miedo a los perros».
A la luz de estos eventos me he preguntado ¿quiénes son tenedores de mascotas, realmente son animalistas o más bien esnobistas? ¿Qué es el animalismo y que es el esnobismo? ¿Qué efectos causa al ambiente y la convivencia, el asumir posturas fundamentalistas o supremacista?
¿Qué es el animalismo?
El Diccionario de la Real Academia de la lengua lo define como un movimiento que propugna la defensa de los derechos de los animales.
Amo (2017) sostiene que por movimiento animalista se entiende, de modo amplio, todas las corrientes de pensamiento que reconocen relevancia moral a los animales no-humanos y proclaman el respeto a su vida. Agrega que esta amplia definición abarca tanto las tradiciones especistas como aquellas que, sin serlo, llegan a reconocer derechos a los animales.
Castillo (2020) afirma que el maltrato impune de los animales sigue motivando la creación de sociedades protectoras y al referir que el 15 de octubre de 1978 tuvo lugar la Declaración Universal de los Derechos del Animal, se infiere que con ello se dio patente para que el movimiento animalista se estatuyera a nivel mundial.
Pero no es precisamente para mostrar acuerdo en tanto se pregunta ¿igualdad de derechos? respondiendo que, sujeto de derechos es solo la persona, puesto que solo ella, en virtud de su realidad espiritual, es susceptible de mérito. Y agrega que inteligencia y voluntad constituyen un salto cualitativo insalvable entre humanos y animales. Finalmente sentencia que «El hecho de que haya maltratadores no se soluciona idolatrando a los animales, hasta el punto de «humanizarlos». Ello haría que pierdan su identidad (natural), que es una forma de maltrato animal» (negrilla y paréntesis fuera de texto).
Por tanto, si de derechos se trata ¿Cuáles? Pues no pueden ser otros que a la libertad, a no ser sustraídos de su entorno y condición natural, a no ser humanizados, y por ser sintientes en tanto que son seres vivos, a no ser sometidos a tratos crueles, pero no por ello ha de desconocerse las leyes de la naturaleza respecto a los ciclos de vida y la cadena alimentaria que no descarta que hayan seres vivos sacrificados. Preguntémonos entonces ¿Qué pasaría con aquel león que perdería el derecho a alimentarse para no violar el derecho a la vida de una gacela?
Claro está que esto es normal en la vida silvestre y el mundo salvaje, no obstante por la inteligencia superior del ser humano éste debería encontrar sustitutos de fuentes animales como provisión de alimento, pero ¿esto impide sacrificar animales? ¿los humanos deberíamos abstenernos totalmente de consumir alimentos de origen animal o vegetal, y a cambio fabricar alimentos sintéticos sin acudir en absoluto a sustancias naturales para asegurar nuestra alimentación? El debate está abierto y puede ser intenso y tenso.
El animalismo se justifica solo en una dimensión ambientalista, es decir que sea una filosofía que propenda por el equilibrio natural, pero no para violar derechos de los animales a tal punto de anular su identidad natural y menos para justificar su humanización que los desnaturaliza, en aras de su protección.
¿Qué es el Esnobismo?
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como la actitud de imitar con afectación las maneras, expresiones, etc., de aquellos a quienes se consideran distinguidos. Etimológicamente proviene del inglés snob y éste del latín sine nobilitate (s. nob) que traduce «Carente de cuna aristocrática».
Las palabras snob y esnobismo cobraron forma y se popularizaron hacia mediados del siglo XIX por el novelista William M. Thackeray. Rouvillois anota que en la actualidad es una cuasi-identidad por lo que los-las esnobistas, fashionistas y fashion victims del mundo entero parecen todos hechos sobre el mismo modelo (Rouvillois, 2009).
En 1926 nació la infanta Elizabeth Alexandra Mary Windsor de Inglaterra que luego se coronó como la Reina Isabel II hasta 2022 que ocurrió su deceso. A los 18 años recibió a una perra de raza corgi a la que llamó Susan, iniciándose con ella la dinastía de 30 perros que la acompañaron durante el resto de su vida hasta su muerte. Muy pronto le pidió a su padre, el Rey Jorge VI, que le regalara otro perro, le consiguiera entrenador y paseador, cocinero para que les preparara comidas especiales entre ellas tortas de carne, sastre para que les hiciera vestimentas, collares y riendas para que cuando saliera a pasear con ellas no se les perdieran, le mandara a hacer una casa especial que las protegiera de las inclemencias, y camas en relieve y cobertores para evitar que sintieran frio.
El vulgo inglés comenzó al conocer la forma como la princesa Elizabeth Alexandra tenía a sus perros, -mascotas-, para luego difundirse por todo el mundo, lo que motivó que muchas personas del común quisieran imitarla, surgiendo así el esnob de los tenedores de mascotas.
Y allí también estuvo el origen de estas mediáticas industrias y el hoy multimillonario mercado de los alimentos concentrados, elementos y accesorios para mascotas. De esta manera el mercado puso a la mano de bastas capas bajas y medias de la población las herramientas para imitar un estilo de vida lo más parecido al que llevó la Reina Isabel II con sus mascotas.
Se convirtió en toda una moda -tendencia, dirían los medios de comunicación del jet set- que hace aparecer a los tenedores de mascotas como animalistas por un presunto amor que les profesan. Lo más paradójico es que en muchos hogares las mascotas son consideradas como miembros de la familia que parecen tener más privilegios que las mismas personas que integran ese hogar. A las mascotas no les puede faltar la alimentación, sus comodidades y adornos suntuosos, así no haya con que pagar el arriendo, las facturas de los servicios, y el dinero no alcance para el mercado.
Al parecer, ni quienes posan de ser animalistas ni quienes son esnobista tenedores de mascotas, son realmente animalistas en el sentido más profundo de la filosofía ambientalista. Realmente el animalismo sin sentido ambientalista y el esnobismo de mascotas no solo atentan contra los derechos naturales de los animales, sino que también terminan poniendo por encima de la condición humana, la de los animales, y no menos lamentable es que, terminan afectando la tranquilidad de otros y la convivencia vecinal con sus indebidas prácticas de tenencia.
Referencias
- Amo Usanos, Rafael. 2017. Viaje a las entrañas del animalismo. Comillas Universidad Pontificia, 30 de abril de 2017. https://repositorio.comillas.edu/xmlui/handle/11531/20586
- Castillo, Gerardo. 2020. La falacia del animalismo. Universidad de Navarra, 12 de diciembre de 2020. https://www.unav.edu/opinion/-/contents/20/12/2022/la-falacia-del-animalismo/content/CnBM7sduyZOb/42693182
- Rouvillois, Frederic. 2009. Historia del esnobismo. Editorial Claridad, 1 de noviembre de 2009. https://www.amazon.com/-/es/Frederic-Rouvillois/dp/9506202893#detailBullets_feature_div. ISBN-10: 9506202893 ISBN-13: 978-9506202897
- Imagen de portada. Fuente: eltoque.com