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¿Arquitectura Etnográfica?

¿Las sociedades están conformadas por grupos poblacionales homogéneos? ¿Todas las personas y familias son iguales? Son dos de las inquietudes que se han planteado las ciencias sociales, en especial la etnografía, la antropología y la sociología, para tratar de encontrar respuestas y soluciones a las implicaciones de las relaciones entre las personas con los contextos y los espacios de todo orden, y para el caso que nos ocupa hoy, con los espacios construidos.

En la actualidad difícilmente puede afirmarse que existan sociedades etnográficamente uniformes u homogéneas o con razas puras, pero lo que si puede afirmarse sin temor a equivocación es que en países como Colombia -que cuenta con una población mayoritariamente mestiza-, la diversificación étnica es más que evidente: desde los aún prevalecientes y persistentes pueblos indígenas aborígenes y ancestrales, pasando por los afrocolombianos -afrodescendientes, negros, mulatos, palanqueros de San Basilio-, raizales del Archipiélago de San Andrés y Providencia, hasta el Rom o gitano.

Y si acogemos lo que Enríquez (2024) sostiene cuando expresa que «El oficio de la arquitectura es definitivamente una práctica de aproximarse al otro», entonces lo menos que podría esperarse de la disciplina y praxis arquitectónica es que dicha aproximación sea universal, holística y sistémica, de cara a interpretar no solo las necesidades de las personas, sino también, en atención a lugares, historias, contextos, precedencias, culturas, aspiraciones y hasta sentimientos de identidad étnica y cultural.

Y de no lograrlo o poder alcanzarlo, entonces se le impone lo que Hal Foster (1996), referido por Abásolo (2024), denominó el Giro Étnico, que en palabras suyas no es otra cosa que «los giros [turns] en los modelos críticos y los retornos [returns] de las prácticas históricas», tesis de su teoría sustentada en su libro The Return of the Real (1996). En otras palabras, según el mismo Foster, se trata de un «giro hacia lo real en cuanto evocado a través de un cuerpo violado y/o el sujeto traumático, y un giro hacia el referente en cuanto fundamentado en una identidad dada y/o una comunidad concreta». De esta manera Foster se alinea con Walter Benjamín para quién del artista como productor, debía pasarse al artista como etnógrafo.

 Por su parte la teórica arquitecta Dana Cuff, referida por el mismo Abásolo, propuso trasladar el foco de atención a la etnografía, el cual debía estar orientado hacia la práctica profesional de la arquitectura y no en el diseño. Abásalo anota que para Cuff (1992) la práctica profesional de la arquitectura se relaciona con actividades profesionales que «surgen a través de complejas interacciones entre las partes interesadas, de las cuales emergen los documentos para un futuro edificio». Y en medio de estas reflexiones cabe preguntarse ¿Es hora de la formalización de una arquitectura etnográfica? ¿Qué debería ocurrir en los procesos de formación de arquitectos?

Instancias de discusión y trabajo con la comunidad de Tabladitas (Jujuy, Argentina)
Fuente: http://portal.amelica.org, cortesía Jorge Miguel Eduardo Tomasi y Julieta Barada

La arquitectura etnográfica

Parafraseando a Enríquez, puede decirse que si bien el producto que se espera del arquitecto es un elemento materializado, vale decir espacio construido, éste debe responder de la manera más sensible a los usuarios que van a habitar dicho espacio. La misma reseña que entre los 80’s y los 90’s se evidencia un momento de ruptura en la comprensión de ciertos fenómenos sociales que eran estudiados desde las Ciencias Sociales, centrados con alto grado de especialidad en los espacios materiales, lo que dio paso a una nueva perspectiva de investigación que se dio en llamar «Giro espacial en la Ciencias Sociales», o dicho en otros términos, Sociología del Espacio.

Agrega que el propósito fundamental de esta nueva línea de investigación es ubicar en espacios materiales y concretos a los fenómenos sociales como el habitar, reconociendo que indefectiblemente el espacio material incide determinantemente en la vida social de las personas y viceversa.

En esta misma línea, sociólogas como la mexicana Angela Giglia, critican fuertemente esa postura reduccionista de la arquitectura que tradicionalmente ha tratado a los seres humanos como entidades abstractas -no reales- y como si no se encontraran localizadas en lugar alguno, al igual que, la de asumir que el espacio no ejerce influencia alguna en la vida de las personas. Lo más cuestionable de este reduccionismo es que se le resta relevancia a la complejidad de la experiencia humana en esa relación simbiótica con el espacio, con lo que se anulan las particularidades tanto de las personas como de los espacios que éstas habitan.

El fin ontológico y último de la arquitectura debe ser el «habitar», que para los estudiosos, especialistas, filósofos e incluso filólogos no es otra cosa que «dejar huellas», en tanto que se considera que estas se imprimen por todo el espacio construido por los elementos que constituyen las construcciones y aquellos que se le agregan por los moradores para suplir sus diversas necesidades en su función de cotidiano y consuetudinario vivir en la «casa», más las que los mimos moradores esparcen por todos los espacios y elementos en ella insertos, tanto físicas como no físicas.

De esta manera para Gallardo y Toledo (2020), habitar se vincula estrechamente con las huellas de su habitante. Acudiendo a lo que postula Illich, referido por Gallardo, habitar es dejar huella, existiendo una estrecha relación entre habitar y vivir, donde el habitar es un arte que solo los seres humanos aprenden. Y remitiéndose a Heidegger, para quién la existencia es espacial, no es debido desligar al ser humano del espacio.

Según la misma, el filósofo en su texto Construir, habitar, pensar, habla del concepto de residencia e indica que solo cuando somos capaces de residir o habitar podremos construir, por lo que finalmente para el filosofó el «construir solo es posible si es pensado desde la esencia del habitar». Se tiene entonces que el habitar es central en la experiencia de la arquitectura que es un «arte que delimita el espacio para que podamos habitar en él», refiere Gallardo.

Desde esta perspectiva si la arquitectura es el arte de delimitar el espacio en el que habitamos, aunado a la consideración de que se trata de una práctica de aproximarse al otro, sin duda debe emerger y consolidarse una arquitectura etnográfica que se ocupe de incorporar en su esencia y práctica, el abordaje de las especificidades, singularidades y cosmogonía de cada uno de los grupos o manifestaciones étnicas que conforman las distintas sociedades humanas del planeta, en tanto que cada una de ellas ha de dejar su propia impronta en cada espacio que ha de habitar cada uno de sus miembros, de tal forma que les permita un habitar pleno conforme a sus propias singularidades cosmogónicas, culturales y espaciales.

Instancias de discusión y trabajo con la comunidad de Tabladitas (Jujuy, Argentina)
Fuente: http://portal.amelica.org, cortesía Jorge Miguel Eduardo Tomasi y Julieta Barada

El enfoque etnográfico en la formación de arquitectos

Tomasi y Barada (2022)en su proyecto de investigaciónabren la reflexión en torno a la necesidad de la formación en arquitectura en un contexto más amplio, de tal manera que se propicie el desplazamiento espacial del proceso formativo en atención a lo que ellos llaman «las múltiples tramas sociales y culturales en las que se inserta la producción arquitectónica», que entre otras, plantea un desafío para la formación de las y los profesionales en la perspectiva de asumir el riesgo de analizar otros modos de hacer desde los propios marcos interpretativos, con lo que se evite seguir invisibilizando la densidad de otras concepciones que atraviesan las espacialidades y materialidades.

En esta dirección, el propósito es que a partir de la sistematización de información de primera mano recabada en los territorios de otros colectivos sociales, se pueda gestar e implementar el enfoque étnico en dicho proceso de formación profesional, de tal manera que se habiliten nuevas interacciones sociales que permitan habilitar otras lógicas y concepciones sobre la arquitectura, su espacialidad y materialidad.

Pues bien, desde las ciencias sociales se ha venido promoviendo la inquietud en torno a la necesidad de que la arquitectura desde su proceso de formación y praxis cotidiana trascienda su tradicional concepción en torno a la creación de espacios habitables para las urbes, y en consecuencia amplié su espectro de acción hacia espacios y sujetos no citadinos, más si rurales o a grupos étnicos generalmente invisibilizados. Se trata de gestar y consolidar una arquitectura más sensible y acorde a las diversas expresiones y cosmogonías de grupos étnicos diversos.

Diseño participativo de una vivienda y avances en la construcción con la Comunidad de Rinconada (Jujuy, Argentina)
Fuente: http://portal.amelica.org, cortesía Jorge Miguel Eduardo Tomasi y Julieta Barada
Diseño participativo de una vivienda y avances en la construcción con la Comunidad de Rinconada (Jujuy, Argentina)
Fuente: http://portal.amelica.org, cortesía Jorge Miguel Eduardo Tomasi y Julieta Barada

Referencias 

Por: Jorge Iván Campos

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