La seguridad es una aspiración legítima de la sociedad que puede desembocar en segregación humana
Una lapidaria apreciación ha de servir bien como abrebocas: «La ciudad es contemplación y acción. No está vacía, cuando no tiene aquello que la convierte en espacio de acción, no fomenta la interacción y socialización, es sólo espectáculo» (Mayorquin, 2019).
No obstante las ciudades y sus espacios públicos se están modificando por efecto de los acelerados cambios económicos, tecnológicos y sociales que están impactando a nuestras sociedades. En medio de este inexorable cambio, silenciosamente hace carrera un tipo de arquitectura que se justifica por servir al propósito de crear condiciones de seguridad o preservar valores estéticos en el espacio público e incluso privado que limita determinantemente con éste. Esta tendencia se conoce como la «Arquitectura Hostil».
Morant (2020) -que la denomina también arquitectura defensiva– la define como «…un recurso del diseño de espacios públicos en el que se aplican una serie de modificaciones con la finalidad de desalentar su utilización indebida». La misma propone la discusión acerca de lo que se considera utilización indebida para advertir ulteriormente que ello podría dar lugar a un extenso debate acerca de la misión de la arquitectura y del urbanismo, y el control que se debe tener sobre ellos.
Derivado de ello sugiere que «se podría pensar que la arquitectura requiere un mantenimiento y un cuidado, que requiere restringir las actividades que se llevan a cabo en ella. Por el otro lado, podría estar la opinión de que la arquitectura debe abrirse a la creatividad del ser humano, y que cualquier actividad y forma de habitar puede ser enriquecedora».
Lo cierto es que se trata de un enfoque urbanístico que hace uso de factores del entorno construido para instrumentalizar o limitar intencional y veladamente -con cierto manto eufemístico- el comportamiento con el fin de evitar la delincuencia y proteger la propiedad. Pero realmente en el fondo de su intencionalidad subyace el propósito de evitar la ocupación de los espacios públicos por vagabundos o habitantes de la calle -ciudadanos sin hogar- y por jóvenes que para el común de la sociedad reúnen características «suigéneris», como también lo deja entrever Morant.
No es un secreto que cada vez hay más personas en pobreza absoluta que se ven obligadas a vivir en cualquier espacio de la ciudad por adolecer de techo, de tal suerte que los gestores de construcciones de toda índole -viviendas, comerciales e infraestructura pública- recurren a la incorporación de diseños o accesorios constructivos como contención a la ocupación indeseada por habitantes de calle de espacios que se consideran no susceptibles de ser usados por esta población. Tampoco es un secreto que un fenómeno social creciente es el número de jóvenes que acuden al uso de sustancias psicoactivas y que se vinculan a tendencias de cultura urbana por fuera de los esquemas tradicionales, que a otros sectores sociales les resulta incómodos.
Marquesán (2019) considera que la arquitectura hostil consiste en «estrategias urbanísticas que intentan desalentar las conductas no deseadas por el poder». El mismo la define como «una tendencia de diseño urbano donde los espacios públicos se construyen o alteran para desalentar su uso. Los más afectados por esta estrategia son las personas sin techo y los jóvenes. Esta tendencia está más típicamente asociada como medio de repeler a las personas sin techo, por ejemplo, en la forma […]». Y agrega que «hay un mobiliario de vocación disciplinaria».
En el fondo se trata de salvaguardar una estética urbanística y protegerse de una incomodidad que puede derivarse del comportamiento, aseo e higiene de las personas que conforman esta masa poblacional marginada. La materialización de este propósito en un sinnúmero de ciudades de todo el planeta se ha traducido en lo que se conoce como la estructura del blindaje, el diseño antagónico, el diseño feo, el diseño de exclusión, etc.
Durante un buen tiempo se relacionó la estructura antagónica con los «anti-homeless picos» que son tacos incrustados en superficies planas para incomodar el descanso o el dormir en ellas. También se observan diseños originales de bancos con superficies de apoyo curvas, o con descansabrazos intermedios o bolardos en las calles para neutralizar el estacionamiento de automóviles. Igualmente se usan alféizares inclinados en las ventanas, aspersores de agua y zumbidos de alta frecuencia.
La arquitectura del blindaje tiene como propósito la construcción de «Mobiliario Hostil» siendo éste «…el que no te invita a hacer uso del espacio público, si no que te expulsa», señala Asenjo (2021) y agrega que es «ese que invita a estar lo mínimo en la calle».
Pero frente a esta tendencia urbanística que está siendo adoptada por varias ciudades incluso latinoamericanas, surge la inquietud de si se trata de una estrategia asociada a la natural propensión de protección y seguridad que le son comunes a las sociedad o si más bien se trata de una estrategia de control social o de una velada intención de segregación. Miremos.
Arquitectura para el control social
Fenarq (2021) afirma que «Toda arquitectura es deliberada; cumple una función determinada». Según José Mansilla -del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano-, citado por el mismo «la arquitectura agresiva pretende cambiar o impedir esas prácticas sociales que no se consideran aceptables en los espacios urbanos. ‘Es una especie de control social’», subraya.
Para Fenarq, Mantilla considera que la arquitectura hostil ha sustituido al espacio público como espacio de sociabilidad, y la distribución de estos elementos no es aleatoria. «Algunas comunidades no reciben el mismo nivel de intervención que otras».
Mansilla citado por Cid (2022) considera que contario a lo que se espera, este tipo de arquitectura no solo afecta a los sintecho -los mayores perjudicados- sino a la sociedad en su conjunto. Y agrega que «La colocación de estos elementos hostiles sirve como una especie de manual de uso de la ciudad y dirige la acción de los ciudadanos. Estas intervenciones afectan a las relaciones de grupo». Es como un libro no escrito de instrucciones para el uso de la ciudad.
Arquitectura como segregación
Una pregunta que surge respecto de esta tendencia es si ¿Los dispositivos arquitectónicos y urbanísticos que se están implementando en las ciudades es una solución al pretendido problema de seguridad? Morant considera que es posible que para las propiedades privadas si lo sea pero cree que no lo es a nivel general de espacio público. Anota que «Obviamente, la pobreza y el sinhogarismo no van a disminuir por estas medidas hostiles, sino que, de hecho, los vertiginosos cambios en los modelos sociales, tecnológicos y económicos están aumentando las tasas de pobreza y dejando a mucha gente fuera del sistema». No deja de advertir que «Hay que observar, además, que conforme vemos aumentar la desigualdad social asistimos a un fenómeno de segregación del espacio público y de los ciudadanos, donde queda cada vez más claro quién no es bienvenido».
Adicionalmente Morant considera que esta segregación no solo afecta a unas personas en particular sino que también a toda la sociedad. Advierte que su invisibilidad manipula nuestra visión de la realidad. Parte de la premisa de que si bien podría sacar del circuito urbano a los que se consideran indeseados -aunque su eficacia tampoco ha sido demostrada- ello termina teniendo efectos colaterales en las posibilidades de disfrute del espacio público y de los bienes urbanísticos por el conjunto de la población. En esta dirección llama la atención al precisar que:
«… al hostilizar el espacio, nos lo hemos negado a nosotros mismos y no nos hemos dado cuenta. Las barandillas anti-skate eliminan a los jóvenes que patinan en una plaza, pero también la dejan vacía. Los bancos individuales eliminan a los sin techo que duermen, pero tampoco nos permiten sentarnos a charlar con un grupo de amigos. Las plazas duras sin árboles ni mobiliario urbano impiden los asentamientos en grupos, pero también que la plaza se habite de un modo cómodo», y concluye preguntándose ¿Está por tanto en riesgo la democratización del espacio público?
Antecedentes de la arquitectura hostil
Cid (2022) ilustra que «aunque la palabra ‘arquitectura hostil’ es nueva, el uso de la ingeniería civil para lograr la ingeniería social, no lo es», y trae como ejemplo los «deflectores de orina» del siglo XIX. En otras palabras, lo que encarna esta tendencia no es más que la expresión implícita en un proceso de ingeniería social que se sirve de la ingeniería civil y de la disciplina arquitectónica.
Sugiere que esta concepción proviene del «principio de diseño Crime Prevention by Environmental Design (CPTED), que emplea tres técnicas para disuadir la delincuencia o proteger la propiedad: la vigilancia natural, la protección del acceso natural y la regulación territorial». Y agrega que la mayoría de las implementaciones de esta especie de doctrina urbanística a partir de 2004 «se centran únicamente en la idea de que un diseño adecuado y un uso eficiente del entorno construido pueden minimizar la delincuencia, reducir el miedo al crimen y aumentar la calidad de vida, de forma similar a la introducción generalizada de las directrices sobre espacios defendibles en la década de 1970».
También invoca los seis conceptos de Moffat de territorialidad, vigilancia, control de acceso, imagen/mantenimiento, apoyo operativo y el endurecimiento de los objetivos como referentes que dan origen a esta tendencia urbanística. Y agrega que «Cuando se intenta disuadir la delincuencia en todos los barrios, con o sin delincuencia, deben aplicarse estas dos técnicas».
En conclusión, es evidente que a nivel global, en variadas ciudades, se viene desarrollando una especie de doctrina que alienta a la reingeniería social que a su vez se sirve de la arquitectura y de la ingeniería civil para imponer de manera silenciosa un nuevo esquema de urbanismos que pretende garantizar la seguridad urbana de manera selectiva en algunos sectores de aquellas.
Pero realmente en el fondo de esta estrategia -que no es nueva, pero cuya denominación actual si- hay un velado propósito de control y segregación sociales de sectores marginados por las lógicas socioeconómicas que se imponen al igual por las eventuales circunstancias de coyuntura. Es una tendencia que no solo perjudica a los excluidos al pretender sacarlos del circuito urbano sino al conjunto de la sociedad al impedirle un disfrute más amplio y pleno del espacio público.
Referencias
- Asenjo, Alba. 2021. www.businessinsider.es. Qué es el mobiliario hostil: cuando el espacio público te expulsa en lugar de acogerte. [En línea] 13 de febrero de 2021. https://www.businessinsider.es/mobiliario-hostil-ciudades-810063
- Cid, Sara. 2022. cronicaglobal.elespanol.com. La arquitectura hostil como método de control social. [En línea] 18 de febrero de 2022. https://cronicaglobal.elespanol.com/letraglobal/artes/arquitectura/arquitectura-hostil-metodo-control-social_606579_102.html
- Fenarq. 2021. fenarq.com. Arquitectura Hostil: Un Territorio Sin Pobres. [En línea] 17 de mayo de 2021. https://www.fenarq.com/2021/05/arquitectura-hostil.html
- Marquesán Millán, Cándido. 2019. rebelion.org. Arquitectura hostil, una ciudad contra los sintecho. [En línea] 18 de diciembre de 2019. https://rebelion.org/arquitectura-hostil-una-ciudad-contra-los-sintecho/
- Mayorquin, Nadia. 2019. www.elextremosur.com. Arquitectura hostil: la ciudad como un territorio sin pobres. [En línea] 18 de julio de 2019. https://www.elextremosur.com/nota/20939-arquitectura-hostil-la-ciudad-como-un-territorio-sin-pobres/
- Morant Ramiro, Amparo. 2020. arquitecturayempresa.es. Arquitectura hostil. La hipocresía del no habitar. [En línea] 19 de agosto de 2020. https://arquitecturayempresa.es/noticia/arquitectura-hostil-la-hipocresia-del-no-habitar
- Imagen de portada. Pinchos de concreto debajo del puente (Ciudad de Guangzhou, China). Fuente: arquitecturayempresa.es